CLAVE – MULTIDIMENSIONALIDAD
Aspecto del Árbol de la Vida – 9.- LA COPA
Alcancé un valle, con un lago de turquesas aguas plateadas,
cuyas pequeñas baladas,
parecía querer venir a mi encuentro.
El valle era inmenso,
casi inabarcable con mis ojos humanos,
por lo que decidí convertirme en águila para poder
disfrutarlo.
Así volando,
ascendiendo y descendiendo por aquel Cielo tan extraño,
me posé sobre una roca y me quedé esperando.
Oteé el valle,
oteé las turquesas aguas plateadas.
Oteé…
y sin más, decidí ahora conocer el valle desde otro punto.
Descendí desde la roca hasta la superficie de las aguas,
buscando la forma de vida que me condujera hasta lo más profundo
del lago.
Un diminuto pescado se asustó al verme,
lo observé, se tranquilizó,
me confundí en su condición
y tal y como fui pez,
nadé, nadé y buceé
y surqué las aguas hasta deslizarme sobre la piel oculta
bajo el lago.
Era suave, dulce, oscura, silenciosa.
Recordé cuan diferente podía verse el valle
con alas de águila y con aletas de pez
y como las dimensiones en las que habita cada forma de vida,
son lo que es.
Algo en mí se llenó de gratitud,
pues yo podía ver desde cualquier dimensión,
sólo lo tenía que creer.
Buceé, surqué aquella oscuridad,
aquel silencio y aquella paz.
Disfruté de aquella profundidad.
Me entregué.
De repente me pareció ver algo.
Era una gruta. La oquedad era pequeña,
pero yo era pequeño,
tenía cuerpo de pez.
Entré.
Buceé en una oscuridad si cabe más profunda,
hasta que me pareció escuchar una voz.
-
¿Quién eres…? – pregunté, algo contrariada por
comunicarme con un extraño.
-
¿Acaso no me ves…? – me respondió.
-
No, no puedo verte, pero te escucho a la
perfección.
-
Gírate.
Y así
lo hice, me giré.
Al
hacerlo me di cuenta como la gran gruta se había iluminado
y había
dejado visible su inmensidad,
todo
era pura belleza sin más.
La
gruta estaba hecha de increíbles formaciones minerales.
Sentí
estar en el interior de una geoda,
podía
sentir la vibración de sus cristales
y al
fijarme en una preciosa punta,
me
convertí en cristal.
Fue muy
extraño,
tanto
que no comprendía cómo se podía ser mineral.
Me
acomodé en aquella nueva forma,
mi
visión de la gruta se amplió
hasta
tal punto que creí perder la razón.
Puedo
asegurar que como cristal
me
sentía fuerte y frágil
pero
también puro y anciano,
era
como si ser cristal fuera
ser
principio y también final.
Sentí
mi cuerpo vibrar y vibré.
Lo hice
poderoso, lleno de gozo,
sabiendo
que lo contenía todo,
pues al
mirarme en mi propio reflejo,
podía
vivir de nuevo un Mundo entero,
y otro,
y otro,
pero
esta vez de otros tiempos.
Continué
vibrando,
gozando,
viviendo,
crucé
fases, algunas inconclusas,
otras
imprecisas
y otras
muchas, amparadas por la locura.
Era la
locura de una experiencia,
en la
que ni el espíritu ni la ciencia podían crear,
sólo lo
podía hacer un loco, un loco de atar,
el
único que lo utilizó todo para crear,
el
único que no sucumbió a su propia creación,
el
único que supo que ello solo
jamás
podría alcanzar a completar su ambición.
El loco
que se creó de la unión
entre
lo más denso,
lo más
vivo y él.
Siendo
cristal pude verlo todo,
comprenderlo
todo,
conocerlo
todo.
Si
alguien me hubiera dado una pluma,
hubiera
escrito todo lo que en esa mágica biblioteca que contengo,
ha
quedado registrado.
De
repente, silencio,
había
expresado algo muy concreto,
era un
deseo.
Sonreí.
Los
Registros precisaban de un Arquitecto,
lo
entendí.
El
Loco, ese creador sin muros,
era la
solución.
Lo
miré,
lo miré
con todo el amor que le tengo
y al
hacerlo fui él.
Soy esa
trinidad perfecta,
única y
espectacular,
que
construye para materializar.
Sentí
tenerlo todo,
abrazarlo
todo,
amarlo
todo,
En su
piel no existía ni una probabilidad que no pudiera Ser.
Sentí
la absoluta libertad,
sentí
que podía dar todo de mí sin agotar,
pues la
fuente a la que me conecté era inagotable.
Lo viví
y tal y como lo vivía
me daba
cuenta que era vital que nada se perdiera aquel episodio de vida.
Recordé
como el cristal a modo de biblioteca
almacenaba
todo sentimiento de vida.
Busqué
con mi corazón conocer,
quién
era la Gran Escriba.
Lo
deseé y al hacerlo la vi aparecer.
Era
ella, era quién me completaría,
éramos
el Arquitecto y la Escriba,
éramos
quiénes con nuestra maestría,
construíamos
templos de vida,
pero lo
mejor de nuestro amor,
no era
el Templo,
pues al
situarnos ambos,
amándonos
en él,
nos
miramos,
sólo
queríamos saber,
y al
mirarnos…
un
impresionante camino nos permitió ver
las
infinitas experiencias protagonizadas por los verdaderos merecedores,
grandes
sabios que caminaron por aquel sendero
que los
conduciría a ser ellos.
La
Escribana sonrió,
miró de
frente a su Arquitecto y le advirtió:
-
Mira, observa quien se acerca. Es ella.
-
Es INANNA.
La
diosa les saludó,
sonriendo,
pletórica
de experiencia y amor.
-
Soy Arqueóloga – les dijo y con esa implacable
sentencia, desapareció.
Arquitecto
y Escribana se miraron,
había
sucedido,
lo
habían logrado.
Todo
iba según lo previsto…
Temple Inanna