EL TREN DE MI VIDA
El tren
parecía circular a alta velocidad, aunque sólo lo parecía, pues no era verdad,
la velocidad se debía a las ganas de llegar, al sentimiento de alegría que me
embargaba al saber que en la siguiente estación me iba a apear.
Sentí
el sonido de la máquina, como disminuía la marcha. El paisaje me era familiar,
aunque nunca antes había estado allí. Al fondo una Cordillera, mi parada.
Wienay – Kodar, ponía en el rótulo que colgaba y que era bandeado por un aire
que aunque parecía de este plano, acudía de otro. Esperé con algo de
impaciencia a que se detuviera el tren, ese eslabón que unía mí pasado con mi
futuro. Era un tren transpersonal, largo, inacabable, tan largo como largos mis
días y mis noches de luz y oscuridad. Él lo representaba todo, conocía mi dualidad,
mis vidas y mis personajes. Mis miedos y mi equipaje, estaban allí. Podía
recorrer los pasillos, cruzando vagones y recordar todo de mí. Podía abrir las
compuertas, sacar las maletas y descubrir todo con lo que acarreé y aprendí a
desprender. Podía ver en los asientos, a cada una de mis partes, a cada
personaje que me inventé y me ayudó a llegar hasta quién soy hoy. Podía verlos
a todos, tan familiares y diversos como diversas fueron mis etapas de
crecimiento.
Lo
curioso es que no estoy en el vagón del principio, ni estoy en el del final. Si
miro hacia atrás por los pasillos, no adivino cuántos vagones crucé en mi
recorrido, y si miro hacia adelante, aunque puedo escuchar perfectamente el
sonido de la máquina, no acierto a intuir si hay muchos vagones ante mí.
No me
importa. He llegado, el tren está frenando, percibo los chirridos de las ruedas
sobre las vías. Es un chirrido largo, que me transporta a los días en los que
me perdí en el laberinto de la vida, subiendo y bajando de los vagones todos
los días, mientras decidía lo que quería y me hacia verdaderamente feliz.
No hay
vuelta atrás, hemos llegado. El tren se ha detenido ante las Cordilleras más
añoradas durante todas mis noches en vela. Tiemblo. No me lo puedo creer. Estoy
a unos segundos de tocar el andén con mis pies. Si, por primera vez… porque lo
soñé, porque lo creí, porque lo predije, porque sabía que las Cordilleras
existían, porque mis sueños no me mentían, porque aún caminando enfermo todos
los días, las aguas que sanaron mis caídas, arrancaron de mi cualquier duda.
Las heridas, fueron cicatrizaron una a una, sabiendo que mis guías, siempre
estuvieron ahí, confiando en mí, cuando las dudas me abatían, sacando de mí
toda la sabiduría adquirida, mostrándome que en ese camino con billete de ida,
se crea la historia de nuestra vida, y que cada suceso, cada, decisión, cada
relación, es lo más bello que pudimos llegar a crear, pues nadie mejor que yo
puede saber cómo alcanzar, aquello que me acerca a la verdad.
Las
puertas del tren se abrieron. Me quedé allí, de pie, sintiendo lo que nunca
antes pude vivir. Descendí aquel breve escalón que separaba mi duda de mi
decisión. Pisé el andén. Las puertas no se cerraron, podía arrepentirme y
volver. Ni siquiera se me ocurrió.
Las
Cordilleras…
No
podía separar mi vista de esas montañas plenas de amor y belleza. Respiré
profundo… tenía una vida entera para descubrir ese nuevo mundo…
Me giré
hacia el tren, durante un largo tiempo no nos volveríamos a ver. Me despedí de
todos, de mis personajes, de todos mis nombres, de todo aquello que no podía
venir conmigo.
Ellos a
través de la ventana me sonrieron, los percibí contentos, sentí el más intenso
de los agradecimientos. Ellos en realidad me habían creado y ahora era yo la
única que iba a disfrutar del legado. Me pregunté hacia donde los llevaría el
tren.
Se
escuchó el pitido que anunciaba su partida. Se puso en marcha y mientras
lentamente avanzaba, la vi, la distinguí, era yo. Sacó la mano por una de las
ventanas. Me miraba fijamente, mientras me saludaba. Era yo. Sí, era yo, la
pude reconocer. Era mi futuro quien continuaba en el tren, mientras mi presente
se despedía del ayer y decidía conocer lo que ocultaba un mundo inhabitado como
aquel.
Nos
sonreímos. Sentí que mi corazón estaba reparado de los añicos y que como tuve
previsto, había llegado el momento de habitar en las mágicas Cordilleras de
Wienay – Kodar.
Temple Inanna